lunes, 8 de marzo de 2010

Continuidad existencial: estar siendo.


El desarrollo emocional del pequeño bebé, al abrigo de los cuidados maternos, avanza desde un estado de tranquilidad no perturbada -que Winnicott llama “continuidad existencial”- hacia estados excitados del bebé en el que éste hace un descubrimiento espontáneo y pausado del mundo.


En el proceso normal, el sostén materno intenta prolongar para el bebé una experiencia del devenir temporal similar al que acontece en la vida intrauterina. En aquel primer hábitat reina un espacio carente de los rigores de la ley de gravedad, e impera un devenir que no posee los apremios del discurrir temporal (sucesión de: “día-noche”, “hambre-espera-saciedad”, “dormir-despertar”, etc.). Al nacer, la madre intenta prolongar para su bebé una existencia consistente en un tiempo sin fisuras ni desniveles. Winnicott llamará a ese discurrir “continuidad existencial”, que es –según sus propias palabras- un “estar siendo”.

La “continuidad existencial” es una experiencia sencilla de durar que no se ve afectada por vector temporal alguno. De modo que se procura un “estar siendo” donde no haya ni un “antes” ni un “después”, ni antecedentes ni prospectivas, sólo un prolongado y apacible “durante”. El carácter inalterado de ese devenir, que no posee las marcas de la menor expectativa, prevención o nostalgia, es posible gracias a las funciones maternas que operan como “barrera antiestímulos” que facilita una adecuada constancia en el nivel de excitaciones de su hijo.

Por supuesto el estado de “continuidad existencial” se logra apenas -y con inevitables contratiempos-. Sólo por momentos, a partir de una retracción desde momentos excitados, el infans -por los cuidados confiables de su madre-, es devuelto a cierto estado de descanso donde puede “estar siendo”. Son las inevitables “fallas” maternas en el sostén lo que permite la inscripción de momentos disruptivos en la pretendida continuidad del bebé: puntos en los que una excitación esperó demasiado tiempo su atención, donde la leche estuvo demasiado fría o el abrigo algo apretado, etc.

Nada fuera de lo común, fallas que indican que el cuidado de la madre es un cuidado “vivo”, sujeto a las alternativas propias de una sensibilidad atenta pero también –y por suerte- falible. Sin la natural falla materna no hay madre ni bebé: por ejemplo, la tardanza del pecho que se instala en el devenir impasible del infans, abre la novedad de una “espera” e inaugura la experiencia de una distancia y diferenciación madre-bebé.

Más sobre este tema:
http://www.espaciopotencial.com.ar/elestudio/elinfans.html

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